El ambiente universitario actual está enrarecido y se ha burocratizado. La universidad se ve distorsionada por un modelo regido por agentes y demandas ajenas a su misión. Las directrices de agencias de financiamiento y de acreditación, la competencia por estudiantes y proyectos, la ansiedad por situarse en diversos rankings son fuerzas que desfiguran el quehacer universitario, buscando la obtención de resultados inmediatos, la optimización de rendimientos económicos y el liderazgo en la competencia. Esta presión se traspasa a toda la comunidad. Estudiantes, académicos, académicas y cuerpo funcionario deben sobrellevar, cada cual a su manera, un cúmulo de exigencias externamente motivadas que les aleja cada vez más del sentido de la tarea educacional y la búsqueda del conocimiento. Es interesante notar que estos problemas aparecen en universidades de todo el mundo y que diversos autores se refieren a ellos.


¿Qué ha ocurrido para que las universidades, instituciones caracterizadas por ser espacios de formación intelectual, ciudadana y profesional, lugares de deliberación y diálogo, de investigación y creación, además de reflexión estratégica sobre problemas nacionales e internacionales, hayan adoptado esta lógica burocrática?  En este documento identificamos algunas de las tensiones más agobiantes que afectan a las universidades, particularmente a las estatales, y mostramos que responden a lógicas institucionales y estructurales del mercado y de la empresa. Lo hacemos con la esperanza de contribuir a una reflexión más amplia que motive la organización y el cambio del actual paradigma.


Gestión versus academia


Se puede observar una desconfianza creciente hacia el quehacer académico reflexivo, deliberativo y crítico. Las académicas y los académicos son permanentemente monitoreados y controlados por una lógica empresarial. Cada vez con mayor frecuencia el criterio académico es reemplazado por modelos de gestión similares a los utilizados en el mundo de los negocios y de la administración. Hoy, bajo la imposición de agencias internacionales de financiamiento ajenas a la educación (el FMI, el Banco Mundial, la OCDE), las universidades y sus comunidades han quedado bajo el control de comisiones de "expertos" que diseñan las normativas universitarias, dirigen el financiamiento, delinean los currículos, indican lo que se debe enseñar e investigar y definen el carácter de los pregrados y posgrados. Los funcionarios de gestión y finanzas educacionales de agencias de acreditación, ministerios y universidades hoy pesan más que quienes han dedicado toda su vida a enseñar e investigar, a hacer academia.

    

En el nivel institucional esta obsesión por la búsqueda de liderazgo en el mercado se ha reducido a exhibir investigadores/as “top”, departamentos “excelentes” y de "clase mundial", según la terminología al uso. Esto ha desvirtuado el sentido de lo que debería ser una universidad en Chile y ha convencido a parte del cuerpo académico de que el objetivo de nuestras universidades debería ser reproducir acríticamente los modelos hegemónicos de "grandes" centros mundiales. La universidad es vista como una industria productora de algún bien estándar que sería igual aquí que en Asia, Norteamérica o Europa. La universidad, de este modo, evade reflexionar y conceptualizar la sociedad en la que está inserta, estudiarla y participar en la creación de su futuro, lo que precisamente constituye, en gran medida, su contribución a la humanidad. Incluso la lengua que se habla es despreciada, ni que decir las lenguas originarias.


Indicadores versus criterio académico


La universidad para mejorar requiere evaluar permanentemente su labor. Para este fin, en lugar de la reflexión y el criterio de la experiencia, se han privilegiado excesivamente los indicadores, convirtiéndolos en los hechos en la principal métrica de calidad y éxito académico. Cursos, clases y evaluaciones, aspectos centrales del proceso educativo y del ser académico, han pasado a regirse por directrices emanadas de unidades de “expertos” que indican cómo y qué debería enseñarse y con qué rúbrica evaluar. El profesorado universitario debe limitarse a implementar los procedimientos e innovaciones "docentes" ideados por esos administradores. Del mismo modo, el hacer de investigadores e investigadoras se ha reducido a publicar papers indexados por ISI, ganar proyectos o “apalancar” recursos para la universidad. Por su parte, cada estudiante es valorado sólo por los cursos aprobados, los promedios de notas, los años que demora en terminar la carrera, y finalmente su empleabilidad y sueldo al egresar. No se reconoce –peor, se castiga–a quien se desvía de estas métricas por comprometerse en actividades sociales, políticas, artísticas, deportivas o incluso en exploraciones más amplias en el campo académico.


El problema aquí no es la inadecuación de tal o cual indicador particular, sino el hecho de que los indicadores y sus resultados se han transformado en un fin en sí mismo. Estas métricas muestran una simplicidad escalofriante y ponen un marco numérico y unidimensional a una tarea compleja cuyo fin es explorar lo nuevo, lo no medible aún. Las consecuencias de esto han sido la uniformización del currículum y la mecanización de la enseñanza, lo que lleva directamente a la repetición y al aburrimiento, a matar cualquier espíritu creativo y de inventiva. Los matemáticos hace siglos advirtieron las limitaciones del espacio numérico unidimensional y desarrollaron nociones de espacios multidimensionales más aptos para fenómenos complejos.


Competencia versus colaboración académica 


Actualmente, el fin último de la universidad sería acreditarse para poder competir por prestigio y fondos que le permitan triunfar en el mercado de la educación superior. Esto ha llevado a la instalación progresiva de la competencia entre instituciones, facultades, departamentos, proyectos, académicos/as, estudiantes y funcionarios/as.


La comunidad se transforma en una lucha de poderes por mantener un lugar en la academia. La escasez de recursos y la competencia han llevado a privilegiar ciertas líneas de investigación, lo que dificulta la posibilidad de explorar otros ámbitos.  Pocos investigadores concentran grandes presupuestos de investigación, éstos mutan al poco andar en gestores que desarrollan grandes redes y ganan los grandes proyectos. Otros, en especial los jóvenes, trabajan bajo ellos, con contratos crecientemente precarios. Sin redes ni recursos, van quedando atrás. La concentración de capital, una estrategia exitosa en el ámbito de los negocios, se ha convertido para la academia en la destrucción de sus principales características: la cooperación, la reflexión, el diálogo, la deliberación, la búsqueda y la experimentación.

Bajo esta lógica de competencia, la convivencia y el clima interno de las universidades se han enrarecido. Profesores y profesoras son tironeados por cientos de tareas mecánicas y asuntos externos a lo académico, sin espacios ni tiempo para compartir con estudiantes y con la comunidad. El estudiantado sufre explícitamente un modelo que los presiona, desmotiva y afecta su salud mental. Las respuestas adaptativas al sistema son "carnavales" los viernes, ausentismo a clases cada vez más predecibles y repetitivas, y paralizaciones que muchas veces parecen protestas de brazos y mentes caídos para detener una máquina que los asfixia y les impide desarrollar sus vidas. Finalmente, el estamento funcionario es cada vez más excluido de la comunidad y sufre la precarización de su condición laboral. El efecto de todo esto es una pérdida de sentido del ser universitario.  


La Universidad que necesitamos


    Lo anterior es suficiente para dar una idea de las preocupaciones que queremos destacar. Hay suficiente diagnóstico sobre ello. La indignación ayuda a llamar la atención, pero no es suficiente. Necesitamos un discurso público que sea consistente y continuo, firme y a la vez dialogante, sobre estos problemas. Por ello, queremos proponer una reflexión sobre nuestras instituciones y su futuro.    


¿Qué es la universidad? La pregunta no es ociosa hoy. Cuarenta años de encono contra las universidades han naturalizado la idea de que ellas deberían ser instituciones dedicadas solo a entregar competencias para la vida laboral de los individuos. La formación para la ciudadanía, la reflexión sobre la sociedad, la discusión del futuro estratégico del país, el papel de las artes y las humanidades para avanzar a una sociedad más humana aparecen como temas suntuarios. Así vista, la universidad sería una empresa cuyos objetivos y recursos hay que optimizar: el reino de las necesidades, de lo inmediato y del presente se ha apoderado del espacio de las ideas, de la creatividad, del futuro, de lo que es la universidad por antonomasia. Lejos de la estrategia, lejos de la innovación, lejos de pensar el futuro, ni soñar con la utopía. En vez de "aquí se crea el futuro" la consigna de la universidad de los gestores es "aquí se administra el presente".


Queremos, con este texto, llamar a la comunidad universitaria a enfrentar la homogenización del pensamiento y del quehacer universitario, a organizarnos para pensar la universidad, la sociedad y el país que queremos. Esta es una tarea urgente por los tiempos en que vivimos, donde las normas y las prácticas que se nos quieren imponer pretenden convertir la universidad en una industria de productos en serie. Queremos llamarles a trabajar por una universidad que vaya más allá del día a día y las limitaciones que buscan implantarse como presente, que sea un espacio de reflexión, de pensamiento, de creación para todas y todos sobre el destino que tenemos en común. Una universidad donde las artes, concebidas tradicionalmente como adorno del espíritu, promuevan un nuevo conocimiento que se genere y regenere constantemente para expresar la trama simbólica de la sociedad; donde las humanidades contribuyan al desarrollo de las subjetividades críticas y reflexivas, revelando capas de sentido que nos permitan desarrollar “nuevos experimentos en las maneras de vivir”; donde las ciencias sociales exploren los cambios en los procesos de socialización e individuación y aporten a la transformación social; donde las ciencias de la salud se hagan cargo de los desafíos de los cambios y redefinición de los límites de la vida, del envejecimiento y la muerte; donde los estudios de las ciencias naturales y las ingenierías se preocupen de la transformación y redefinición de la naturaleza y de sus desafíos y compromisos éticos con la sustentabilidad del ambiente; donde las ciencias de lo artificial y de lo simbólico exploren las posibilidades y límites de la emulación de la mente humana y de la razón. Y donde estas áreas de saber puedan dialogar y nutrirse entre sí, traspasando los límites de las facultades para una mejor comprensión de la naturaleza, la sociedad y la cultura. Es una responsabilidad con la humanidad toda. Suena ambicioso, pero estamos seguros de que es lo que las nuevas generaciones esperan de sus universidades.